jueves, 21 de abril de 2016

Polla gorda

Hoy ejercitaré mis conocimientos de autojustificación.

La procrastinación ha sido mi estandarte esta semana, aunque los que llevan un dragón o un león rampante son más chulos, el mío llevaba un oso viejo dormido.

Cualquiera resume la semana... pfff.
Elijo el sábado de momento.

Al estar entretenido con gente he pasado tres pueblos de narrar los días una vez terminados.
Tampoco es una obligación, pero me había puesto esa norma y me la he saltado. Mal.

(Fijaos en el anuncio de Dentix que protagoniza Iniesta, no para de asentir con la cabeza como si estuviera averiado)

Suelo estar solito siempre y el blog me ayuda a sentirme acompañado, pero como ha sido al revés he dejado solito al blog.

El sábado quedamos Carmen y yo con Mary SoloMary, Josemi, María, Borja y Teresa, en La Mina.
Nos pusimos bien de gambas y de risas.

Josemi y María habían bajado a Madrid de nuevo desde Pamplona y ya me había perdido las tres anteriores.

Llegué un poco torcido porque una frase de Carmen justo antes de salir de casa me sentó como una patada en los mismísimos.

Es la primera vez que me disgusto a ese nivel con ella.
No podía poner en la balanza lo bueno que tiene o hace porque no era esa la unidad de medida, y eso me hace sentir culpable.

En general me siento culpable a diario, por casi todo, y sé que no tengo ni el más mínimo porcentaje de responsabilidad en casi ninguno de los asuntos que me afectan.

Mi sentido de la justicia y de la corrección me hacen sufrir.
De eso sí soy culpable, al 100%.

Bueno, al lio, que se me pasó en la tercera caña y lo pasamos fenomenal todos.

Carmen quería ver a su padre después de la reunión (que por cierto ya está mejor, en casa y saliendo por ahí, muy recuperado), pero la reunión se alargó.
Tanto se alargó que después de La Mina y el Mesón del Paleto, pasamos por el bar del teatro Alfil, a darle el pésame por la muerte de su madre a un amigo y acabamos tomando una copa.

También aprovechamos para saludar a Elena que trabaja allí, amiga y cantante, os dejo un vídeo de este solete de mujer.

De vuelta a casa, ya de noche, cogimos el autobús y por fin coincidí con el conductor que quería ver desde hace meses.

Alex es un conductor de la línea 138 de la EMT que el primer día que dejé las muletas, porque me encontraba mejor de la necrosis, me paró al entrar y me dijo que se alegraba de verme mejor.

Me explicó que muchas veces me había esperado porque me veía llegar justo de tiempo y a trompicones, que se había fijado en la cantidad de tiempo que había llevado las muletas, y que se alegraba de haber visto la progresión a mejor.

Manda cojones que el autobusero tuviera más delicadeza con esa fase negra (juas) de mi vida que mi compañero de piso Paolo, por poner un ejemplo de muchísimos otros malquedas.
Ha sido un buen filtro lo de cojear.

Desde aquel día siempre que coincidimos vamos hablando, yo de pie y él al volante, es muy majo, tiene 50 años, le gusta jugar al padel, es de pueblo, muy creyente, tiene dos hijas y está felizmente casado.

Durante algunos meses fui yo el que le preguntaba al subir al bus, porque se hostió jugando al padel y se había fastidiado una rodilla.

Luego desapareció.

Cuando volvimos a vernos 3 meses más tarde estaba muy serio, fastidiado, apagado, le pregunté qué le pasaba y ahí se me cayó el mundo al suelo.

A su mujer le habían dado 9 meses de vida por un tumor cerebral imposible de curar.

Cagondios.

Por eso quería coincidir con él, para interesarme por el estado de la situación.

Pude presentarle a Carmen y me sorprendió la sonrisa tan amplia que vestía.
Al parecer su mujer, Mila, a pesar de tener sólo una esperanza de vida de 4 meses ya, estaba estabilizada, y aunque la muerte es segura para ella parece que se puede retrasar un poco.
Imagino que arañarle horas a la parca dibujaba su sonrisa.

Decía que ya lo tenía practicamente asumido, que iba a aprovechar para hacer un viaje de familia, que ser hombre de fe le ayudaba, pero lo que más ayudaba era que Mila jamás se había quejado desde la noticia, y yo me alegro muchísimo.

Nos despedimos y aunque por dentro tuve altibajos predominó la alegría.

Carmen se desmoronó minutos más tarde.
Quería haber ido a ver a su padre y en vez de eso dio un pésame y luego subió al autobús más triste de Madrid.

Señores, esto es así, hoy aquí y mañana en el otro barrio.
Ley de vida.
Ley de mierda.

Para lo que vamos a estar aquí ya no pido que hagamos el bien, al menos no hagamos el mal.

La foto quería haberla colgado hace tiempo, no tiene nada que ver con la entrada aunque le da el título, es de un templo budista que hay en Corea del Norte: Pohyon.

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