Lo malo de ser sábado y haga un sol precioso es que salen a pasear montones de personas a Madrid Río, y no todos entienden que los espacios públicos son para uso y disfrute de todos.
Así que para evitar hacerme mala sangre decidí darme una vuelta en bicicleta a las 15h ó 16h, cuando la panda de domingueros, sus perros sin correa, sus niños inconscientes por naturaleza y faltos de vigilancia parental, se vayan a comer o a echar un siestón.
Hablé con María justo antes de salir con la bici y quedamos en vernos en su casa, para ir un rato a las fiestas de Malasaña por la tarde.
Carmelo me propuso vernos también, pero lo hizo cuando llevaba 8km y estaba en lo alto del Parque Manzanares echando el demonio por la boca.
Nos enviamos besitos.
En casa de María estaban Borja, Paula y Jaime.
Marido, hija y Satanás.
Pobre, es broma, es que es muy pequeñín, bueno, ambas criaturitas lo son que Paula es otra pitufa.
Desde luego con visitas a casas así no hay quien me despierte el instinto paternal, aunque si algo rezumaba allí era amor, porque yo me hubiera ido a por tabaco 10 años.
Mientras Borja preparaba un gin tonic se me ocurrió morder y masticar un clavo, de los de especia, no de tablón, aunque ojalá hubiera sido de los últimos.
¿Habéis masticado un clavo alguna vez? ¿Por qué existe el clavo? ¿Por qué lo usamos para cocinar si es capaz de dormirte la lengua?
Lo que nos reímos a mi costa y de mi ocurrencia sólo lo sabemos nosotros, pero cuando queráis me como otro.
Tomamos unas copas allí antes de darnos una vuelta por las fiestas, aprovechando que Carlos, padre de María y abuelo de las criaturitas, se quedaba al cargo.
Odio a los chinos lateros que venden latas de forma ilegal, y me revientan aún más los que les compran apoyando el mercadeo ilegal con tal de ahorrarse uno o dos euros.
Así que compramos 3 yonkilatas en un establecimiento y nos dimos una vuelta por las tres plazas, para ver los conciertos que había.
Para un día que se puede beber en la calle había que aprovechar.
En el primer trayecto topé con Blanca del Amo, la camarera que me emborrachaba a mis dieciocho, en el 95, en la barra del Tupperware.
A día de hoy somos colegas de Facebook y lo mínimo era saludar.
Bueno, si ya lo haces sin tropezarte con dos personas y quedar como el culo por pararla en seco mejor.
De camino a la tercera plaza Andrés y Mabe, que también estaban por allí, me vieron y me saludaron. Qué majos son, comestibles casi.
Olvidé hacerme la foto de rigor.
Decidimos ir al Lozano.
Hamburguesas de verdad, de las que haría una madre en casa y la conversación cada vez mejor.
Qué a gusto estaba.
En el servicio del Lozano queda una preciosa reliquia y la foto es la prueba.
Ay si hubieran inventado los smartphones cuando este tipo de servicios eran lo habitual en todos los locales, la cantidad de disgustos que habríamos tenido.
Al salir del Lozano Nuxa estaba en la puerta, otro encanto casual que rondaba por allí. Me contó que tuvo que denunciar a Manolo, su jefe, por despedirla durante la baja del embarazo... lamentable.
De ahí fuimos al Kurgan a saludar a Marcos, dueño del local y amigo del cole, un poco apurados porque María y Borja estaban a punto de convertirse en calabaza.
Copa, chupito, foto de Jóvenos y todo el mundo a casa con la sonrisa en la cara.
Toda la fiesta tuvo un coste de 20€.
Durante todo el trayecto fiestero tuve la sensación divertida de estar fuera de lugar, de que no iba conmigo el ambiente... y es que 19 años antes yo salía por ahí como si hubiera construido Malasaña.
Para volver cogí el Metro y flipé con unos gañanes que estaban tirados en el suelo del vagón.
Estaban haciendo botellón allí mismo, se les había caido alguna bebida y tenían el suelo echo una zorrera.
Daban ganas de liarse a sopapos didácticos con todos, chicos y chicas. Vergüencita ajena.
Como el domingo era el día de la madre había comida familiar en casa de la mía, así que llegué a casa corriendo y me metí en la cama de un salto para dormirme pronto.
Dormí en el lado de Carmen.
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