El domingo fuimos Paola, Jose (el gallego), Emma, Carmen y yo a comer al Yakitoro, el restaurante de Alberto Chicote.
Poniéndonos hasta el culo salimos a 113€ entre cuatro personas.
Este detalle del precio es importante por dos motivos:
1. Porque en la cuenta venía la división hecha por persona, para evitar eso de 'hazlo tú que a mí se me da fatal'.
2. Porque lo pagamos con 100€ que nos tocaron en una pedrea de la Lotería de Navidad y que habíamos reservado para ese momento.
Vamos, que comimos en Yakitoro por 9€ cabeza en realidad, ¡y dejando bote!
De remate le mandamos un tuit a Chicote y a Agatha Ruiz de la Prada y nos hicieron caso. No sirve para nada pero hace ilusión.
He de decir que el detalle de 'hazlo tú que a mí se me da fatal' es como decirle a alguien que lea un tuit y se niegue, respondiendo con esa misma frase.
Una catetada de analfabetos.
Matemáticas básicas, coño, es igual que leer o escribir, es lo mínimo que le pedirías a un niño... de más de 30 años.
El café lo tomamos en ByCruz, el nuevo bar que mola en el barrio, despanzurrados en un chester mientras Carmen se quejaba de que en casa ya no se come normal.
Dice que ella quiere tortilla francesa, que está hasta los cojones de udón, soba, kimchi, dim sun, edamame, tofu, brotes, babaganoush, hamburguesas de lentejas, shiitakes, ramen y zumos con apio.
Todavía me estoy riendo. :_)
Este año tengo tres bodas, Carmen cuatro.
Aunque voy a ir encantado a todas y en las últimas tres no pude poner un duro, tengo una reflexión que hacer.
En las bodas no eliges nada, no eliges la boda a la que te invitan, no eliges el día, no eliges la hora, no eliges dónde, no eliges la mesa ni con quien comes, ni el menú, ni la música, pero pagas tú... la invitación.
Y lo mejor, vas a celebrar el amor de dos personas a las que casi no ves ese día.
En serio, creo que deberíamos evolucionar en este sentido.
No sé muy bien cómo, bueno, no sé ni muy bien ni muy mal, no tengo ni la más pajolera vaya, pero ¡algo hay que hacer!
Y estoy seguro de haber estado en varias de las bodas más de puta madre del mundo, pero ahí dejo este recado generalizado en modo hater.
El lunes estuve liado con el diseño de la invitación de boda de Damien y Elías, que han tardado en darme el texto un montón y ahora les han entrado las prisas.
Ha quedado bien, está mal que yo lo diga, y eso teniendo en cuenta que querían una caricatura suya sí o sí en la dichosa invitación.
He salido muuuy bien del paso y están contentos. Mucho.
Como decía mi abuela '¿sigues con eso de los dibujitos?' No. Pero de vez en cuando oye, pues hago cositas.
Aunque he decidido que NOT ANYMORE, ni por favor.
Es curioso que en mi familia jamás, jamás, se ha hablado de ninguno de mis trabajos con respeto llamándolos por su nombre.
En mi abuela no importa porque tenía derecho a lo que quisiera, pero vamos, el restoooo...
Para el resto trabajar como camarero nocturno en más de 11 locales de Madrid en un plazo de 10 años (lo que en cualquier pais llaman profesional) era 'lo de las copas', 4 años como técnico de iluminación profesional y jefe de equipo experto en LEDs era 'lo de electricista', 3 años de estudios con título y 12 años de experiencia en diseño e infografía 'lo de los dibujos', mi propia empresa online a nivel nacional 'la página que tienes'... pero en Navidades lo pasamos pipa porque la familia es lo primero.
Recuerdo que mi padre no soportaba ver un notable en matemáticas frente a un sobresaliente en música, educación física, dibujo o religión.
Daba igual si ese notable era la nota más baja de todas, él me preguntaba:
- ¿Qué quieres ser? ¿Saltimbanqui? ¿Titiritero? ¿Tamborilero? ¿Cura?
Cruci.
He leído en Twitter que después de comer en exceso el oído se vuelve menos agudo, y tiene sentido, porque siempre le pedimos al camarero que nos repita los postres que entran en el menú.
HUMOOOOOR
Desde hace tiempo me quiero tatuar una silla, fue a raiz de la película Phenomenon.
Es esa peli en la que Travolta recibe un poder especial... la recomiendo.
Ojo, pequeño spoiler que el trailer se deja:
La protagonista vende sillas de mimbre, y utiliza el negocio de John Travolta como escaparate.
Todas las semanas Travolta la informa de que se han vendido todas y le entrega el dinero de la venta.
Un día ella visita la casa de él y descubre que es Travolta quien compra todas y cada una de sus sillas en secreto, para ayudarla.
Entonces, tras un montón de cosas que pasan en la película, llega esta escena de Robert Duvall.
Resumiendo: da igual el género, todos vendemos sillas. :)
Para tranquilizar a algunos, no, no es esa silla de la foto, pero no anda lejos.
La diferencia está en que la mía no me la tatuarán en la cárcel con un boli BIC y unos palillos.
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